Esta tarde pasaron por casa unos amigos a tomar un café (y alguna copa también, que no sólo de café vive el hombre) y de paso, les hice unos juegos. Yo ya lo tenía todo preparado. Sabía qué juegos les iba a hacer, en qué orden, y con qué barajas. Además para que no todo fuera cartomagia, había preparado dos cosas con cuerdas (las únicas que sé), y algo con unos cacharros trucados que me habían regalado. Yo calculaba que tendría espectáculo para no más de una hora en total.

En algunos juegos usaría toda la baraja, pero había algunos en los que usaba cartas especiales. Esas cartas especiales podían ser vistas por el público sin problema alguno, pero al ser evidente que no formaban parte de una baraja normal, pues podía tenerlas separadas sobre la mesa. Concretamente iba a hacer el juego de las cuatro cartas. Supongo que lo sabéis, pero el efecto es mostrar cuatro cartas con el dorso azul. Luego las vuelves por la cara y muestras cuatro cartas blancas. De repente, la carta delantera se transforma en un comodín. El juego sigue con varias manipulaciones en las que el comodín parece estar en segunda posición, pero aparece encima de la baraja. Luego el comodín se borra, quedando una cara blanca. Luego muestras todas los dorsos azules y de repente reaparece el comodín cara arriba. Terminas dando la vuelta al comodín y mostrando que el dorso es rojo.

Las cartas que venía usando para eso ya estaban un poco gastadas del uso. Podían servir para practicar pero ya no eran apropiadas para usarlas ante la gente. Poco antes de llegar los invitados, comenté a mi mujer "estas cartas están hechas una m.... Voy a coger unas nuevas". No eran del todo nuevas, ya estaban usadas para adaptarlas a mi mano, pero nada más. Las cartas estaban bien. Las cogí, ensayé una vez más el juego para asegurarme de que las cartas se comportaban como tenía que ser y las dejé boca abajo sobre la mesa, de la forma en que tienen que estar.

Como veinte minutos después llegaron las víctimas, digo... los invitados. Tomamos café, charlamos y al cabo de un rato empezó la sesión. Todo fue bien sin problemas, a la perfección. Cualquiera que lo hubiera visto se creería que yo estaba haciendo magia. Terminé, recogí todo y a alguien le llamó la atención que dejaba unas cartas sobre la mesa. Dije que sí, que había dejado ese juego para el final, una pequeña bagatela, un divertimento, una estupidez digna de un cretino como yo. Que pusieran el adjetivo que quisieran.

Mostré mis cuatro cartas, todas con dorso azul. Mostré las caras blancas, mientras decía que no eran cartas normales, que por eso estaban fuera de la baraja, y de repente vi que el rostro malencarado de Elmer Gruñón me dirigía una mirada asesina desde la cara de aquella carta. Me dio un acceso de tos. Dirigí una mirada asesina a mi hija (tiene cuatro años y hasta el momento se había estado divirtiendo con los hijos de una de las parejas invitadas). Seguí tras un titubeo. Sí, ya sé que los movimientos tienen que ser fluidos y naturales, vigilar la cadencia y esas cosas. Francamente, todo eso en ese momento me lo estaba pasando por el arco de triunfo. En la siguiente carta Silvestre sostenía a Piolín con cara de hambre. Juraría que un hilo de saliva le caía de la comisura de la boca. Miré de reojo al público. Todos parecían tener una máscara de goma en la cara.

A la tercera carta, Bugs Bunny devoraba con verdadera gula una zanahoria. Mi charla cambió sustancialmente. Ya no eran unas cartas blancas, sino unas cartas donadas gentilmente por la Warner. En la cuarta carta, volvió a salir Elmer. "Ya está", pensé "éstos se van a dar cuenta de que se ha repetido una carta". Sin embargo nadie dijo nada. Nadie pareció darse cuenta, y si alguien lo notó no dijo nada. Quizá porque todos estaban admirando mis dotes de actor al ver lo bien que "imitaba" gestos de perplejidad.

A pesar de que las manos me sudaban conseguí hacer aparecer el comodín, mientras decía "un personaje Warner es un traidor, en realidad es un doble agente que trabaja para Heraclio Fournier" (estaba usando unas 505). A partir de ahí seguí el juego en esa línea. El doble agente no quería ser descubierto y cambiaba de sitio para que no le pillaran. Incluso al final volvía a convertirse en una carta de la Warner. Pero de nada le servían sus disfraces, porque mira tú por dónde, le delata su dorso. Es la única carta que lo tiene rojo.

Sólo un espectador, un buen amigo de toda la vida, se percató de que al hacer la cuenta, una carta siempre salía dos veces, o al menos fue el único que dijo algo. Me lo comentó luego, en privado (no es un revientajuegos. Sospechaba algo raro por ahí, pero no quiso decir nada ante el público). Le contesté que era normal. Estaba la auténtica y luego el doble agente disfrazado.

¿Creéis que me arriesgué mucho, precisamente por el detalle de la carta repetida? Supongo que el resultado es lo que cuenta, y ya veis que no salió del todo mal.

Luego, cuando se fue todo el mundo, llamé a mi hija. Respuestas de niño. "Papá, dijiste que eran muy feas, y así tan blancas no eran bonitas. Así que les puse las calcamonías que me compraste el otro día". Sin comentarios.