Némesis
09/05/2006, 18:15
Mirad lo que ha salido hoy en el periódico. Lo he traducido del catalán para que podáis leerlo todos. No va firmado:
"MAMÁ, ¿QUIÉN ES EL DE LA BURBUJA?
Eso es lo que debían preguntar los niños que pasaban esta semana por el Lincoln Center de Nueva York. Y ojalá hubiera sido posible escuchar las respuestas que han dado sus padres y madres, aunque los norteamericanos tienen tan asumida la cultura del espectáculo que quizás no nos sorprenderían tanto. Responderé a estos niños diciendo que se trataba del ilusionista David Blaine, intentando la proeza de estar siete días enteros sumergido en una pecera esférica gigante. Además, Blaine quería intentar acabar la experiencia aguantando la respiración durante nueve minutos y liberarse de los 70 kilos de cadenas que lo aprisionaban. Esta segunda parte del reto no fue conseguida.
Con Drowned Alive ("ahogado vivo", que así se titulaba el espectáculo), Blaine ha vuelto a demostrar, esta semana, que es todo un showman, pero que hacer magia es algo que no le acaba de salir bien del todo. El final del espectáculo fue, sencillamente, una demostración de mal gusto espantosa. En primer lugar, unas horas antes de terminar, los médicos intentaron convencerlo de que abandonara, por su lamentable estado físico, pero él se negó de forma dramática (recordaba a aquella vez que intentaron llevarse a Fraga del Parlamento gallego porque se estaba desmayando).
Lo que vino luego ya fue digno de un episodio de Nip/Tuck. Cuando se quitó el oxígeno, los vigilantes de seguridad lo sacaron a la fuerza de su provisional hogar, cosa a la que no se negó, más que nada porque no podía. La piel le caía a tiras y algunos de sus fragmentos flotaban libremente por el agua. Bueno, más bien ya no era agua, claro, después de siete días alimentado sólo con líquidos vitaminados...
La cuestión es que el pobre David lloraba como un crío por no haber conseguido la segunda parte de su reto. Los médicos dicen que podrían quedarle secuelas físicas graves, como pérdidas de memoria (por el fuerte dolor de oídos) y algunas disfuncions del hígado. Y él, llorando porque no había aguantado sin respirar un minuto más...
Queda claro que para llamar la atención, en el mundo del espectáculo, todo vale. Como más esperpéntico y más retorcido sea lo que se quiera hacer, mejor. La cuestión no es sorprender al público con una ilusión nueva, sino demostrar nuestra capacidad de hacer cosas raras, aunque sea poniendo en peligro la integridad física. Pero ya lo dijo Frank Sinatra: “there’s no business like show business”, que traducido seria: “no hay nada más rentable que el negocio del espectáculo”.
"MAMÁ, ¿QUIÉN ES EL DE LA BURBUJA?
Eso es lo que debían preguntar los niños que pasaban esta semana por el Lincoln Center de Nueva York. Y ojalá hubiera sido posible escuchar las respuestas que han dado sus padres y madres, aunque los norteamericanos tienen tan asumida la cultura del espectáculo que quizás no nos sorprenderían tanto. Responderé a estos niños diciendo que se trataba del ilusionista David Blaine, intentando la proeza de estar siete días enteros sumergido en una pecera esférica gigante. Además, Blaine quería intentar acabar la experiencia aguantando la respiración durante nueve minutos y liberarse de los 70 kilos de cadenas que lo aprisionaban. Esta segunda parte del reto no fue conseguida.
Con Drowned Alive ("ahogado vivo", que así se titulaba el espectáculo), Blaine ha vuelto a demostrar, esta semana, que es todo un showman, pero que hacer magia es algo que no le acaba de salir bien del todo. El final del espectáculo fue, sencillamente, una demostración de mal gusto espantosa. En primer lugar, unas horas antes de terminar, los médicos intentaron convencerlo de que abandonara, por su lamentable estado físico, pero él se negó de forma dramática (recordaba a aquella vez que intentaron llevarse a Fraga del Parlamento gallego porque se estaba desmayando).
Lo que vino luego ya fue digno de un episodio de Nip/Tuck. Cuando se quitó el oxígeno, los vigilantes de seguridad lo sacaron a la fuerza de su provisional hogar, cosa a la que no se negó, más que nada porque no podía. La piel le caía a tiras y algunos de sus fragmentos flotaban libremente por el agua. Bueno, más bien ya no era agua, claro, después de siete días alimentado sólo con líquidos vitaminados...
La cuestión es que el pobre David lloraba como un crío por no haber conseguido la segunda parte de su reto. Los médicos dicen que podrían quedarle secuelas físicas graves, como pérdidas de memoria (por el fuerte dolor de oídos) y algunas disfuncions del hígado. Y él, llorando porque no había aguantado sin respirar un minuto más...
Queda claro que para llamar la atención, en el mundo del espectáculo, todo vale. Como más esperpéntico y más retorcido sea lo que se quiera hacer, mejor. La cuestión no es sorprender al público con una ilusión nueva, sino demostrar nuestra capacidad de hacer cosas raras, aunque sea poniendo en peligro la integridad física. Pero ya lo dijo Frank Sinatra: “there’s no business like show business”, que traducido seria: “no hay nada más rentable que el negocio del espectáculo”.