katos
21/03/2009, 21:39
Hola.
Como veo que estos relatos no pasan demasiado desapercibidos, os dejo otro mas ... hasta que el cuerpo aguante.
"La fábrica de hielo <?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" /><o:p></o:p>
Sandra trabajó varios años en la fábrica de hielo; no podía olvidar aquella sensación de frío en las manos y el olor a pescado del puerto que rodeaba al viejo edificio donde pasó tantas horas.<o:p></o:p>
No era un buen momento para pensar en ello, pero la sensación, como tantas otras veces, apareció sin pedir permiso. <o:p></o:p>
Frente al cañón de la pistola que empuñaban sus manos temblorosas, una mujer más asustada que Sandra estaba depositando el dinero de su caja registradora sobre el mostrador. <o:p></o:p>
Sandra pensó que el dinero olía a pescado, pero ella lo necesitaba. La mujer vio cierta debilidad en sus ojos e intentó convencerla para que se diera la vuelta y saliera de la tienda sin llevarse nada; si lo hacía, la mujer le prometió no dar parte a la policía.<o:p></o:p>
Sandra no emitió ningún sonido, sentía ganas de vomitar. Puso su bolso sobre el mostrador con la mano izquierda mientras la derecha empuñaba el arma. Su dedo índice empezó a congelarse sobre el gatillo. Con un gesto indicó a la mujer que metiera el dinero en el bolso. Luego la llevó a punta de pistola hasta un pequeño lavabo que había en la parte trasera de la tienda, la encerró dentro y le dijo que si salía de allí antes de media hora o denunciaba el robo, volvería ella o alguno de sus amigos para rajarla por chivata.<o:p></o:p>
Mientras amenazaba a la mujer su voz sonó falsa, demasiado ronca, y al pronunciar la última frase pensó que estaba interpretando un guión algo vulgar y chocante.<o:p></o:p>
Salió de la tienda procurando pasar inadvertida y, con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta de pana para aplacar la sensación de frío, entró en la primera boca de Metro que encontró. <o:p></o:p>
El Metro le recordaba a la fábrica de hielo: los sonidos estridentes, los raíles de los trenes como cintas transportadoras, y la mirada congelada de la gente en el vagón. Su nariz se impregnó de un olor proveniente de su interior, y el miedo volvió a transformarse en nauseas. <o:p></o:p>
Unas cuantas paradas más adelante salió del vagón para hacer un trasbordo a la línea 5, que la llevó hasta los límites de la ciudad, y desde allí cogió un autobús hacia la casa de Mani, que vivía en la periferia.<o:p></o:p>
Se sintió aliviada al salir de la gran ciudad. Ella se había criado en un pueblo costero rodeado de marismas, de espacios abiertos y cielos transparentes. <o:p></o:p>
Empezó a recordar algunas escenas de su infancia, que quizás había sido feliz, pero que también fue corta; terminó el día que su padre murió ahogado junto con los otros tripulantes de un pequeño barco pesquero que se tragó el mar. Su niñez terminó bajo el mar, y años más tarde también terminarían sus sueños de juventud, amarrados como una piedra a su novio, hundido también pescando. Ahora ella se sentía bajo el mar, con la piel húmeda y fría.<o:p></o:p>
Por su mente desfilaban imágenes de forma imparable: el uniforme de la fábrica, los guantes de goma, el aborto, la huída a la gran ciudad, lo poco que duraron sus escasos ahorros, las gaviotas sobrevolando el océano, el primer contacto con la heroína, el arma que había conseguido la semana anterior, el brillo del sol sobre la superficie del agua, y el olor salado del viento en las marismas. <o:p></o:p>
El autobús se detuvo en la última parada y el chofer se acercó hasta ella para preguntarle si se encontraba bien. Se había quedado dormida y se despertó sobresaltada, confundida. Miró a través de la ventanilla y reconoció el descampado y los altos edificios ruinosos junto a la parada, se levantó sintiéndose mareada y estuvo a punto de tropezarse y caer al bajar del autobús.<o:p></o:p>
Atravesó el descampado con las manos heladas dentro de los bolsillos de la chaqueta, y se internó en una zona de edificios bajos. Junto al portal de Mani, se dobló sobre su cintura y vomitó. Todo su cuerpo estaba húmedo, subió la escalera hasta el segundo piso y golpeó tres veces con los nudillos, a modo de contraseña, en la Puerta de Mani. La puerta se entreabrió y Sandra, sin pronunciar una palabra, sacó dinero de su bolso y se lo extendió a la mano que se asomaba por el hueco abierto. Al cabo de un minuto, la misma mano volvió a aparecer por ese hueco y le extendió una bolsita de heroína. <o:p></o:p>
En el portal, debajo de la escalera, Sandra sacó del bolso una cucharilla, un limón, un mechero y una jeringuilla. Sus movimientos eran mecánicos, aprendidos, pero sus manos estaban heladas y por un instante temió desparramar por el suelo la mezcla de la cucharilla. Con el pulso tembloroso, introdujo la mezcla en la jeringuilla y luego se la inyectó junto al tobillo, propulsándola a través de su sangre hasta el centro mismo de sus entrañas. <o:p></o:p>
De repente su piel se secó, las manos dejaron de temblar y el olor a pescado se desvaneció de sus fosas nasales. Cerró los ojos y sintió como se elevaba. Ahora era una gaviota que sobrevolaba el puerto; se dirigió a alta mar atraída por los brillantes reflejos del sol sobre la superficie del agua, dejando atrás la pequeña flota de barcos pesqueros y el viejo edificio de la fábrica de hielo."
Saludos
Como veo que estos relatos no pasan demasiado desapercibidos, os dejo otro mas ... hasta que el cuerpo aguante.
"La fábrica de hielo <?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" /><o:p></o:p>
Sandra trabajó varios años en la fábrica de hielo; no podía olvidar aquella sensación de frío en las manos y el olor a pescado del puerto que rodeaba al viejo edificio donde pasó tantas horas.<o:p></o:p>
No era un buen momento para pensar en ello, pero la sensación, como tantas otras veces, apareció sin pedir permiso. <o:p></o:p>
Frente al cañón de la pistola que empuñaban sus manos temblorosas, una mujer más asustada que Sandra estaba depositando el dinero de su caja registradora sobre el mostrador. <o:p></o:p>
Sandra pensó que el dinero olía a pescado, pero ella lo necesitaba. La mujer vio cierta debilidad en sus ojos e intentó convencerla para que se diera la vuelta y saliera de la tienda sin llevarse nada; si lo hacía, la mujer le prometió no dar parte a la policía.<o:p></o:p>
Sandra no emitió ningún sonido, sentía ganas de vomitar. Puso su bolso sobre el mostrador con la mano izquierda mientras la derecha empuñaba el arma. Su dedo índice empezó a congelarse sobre el gatillo. Con un gesto indicó a la mujer que metiera el dinero en el bolso. Luego la llevó a punta de pistola hasta un pequeño lavabo que había en la parte trasera de la tienda, la encerró dentro y le dijo que si salía de allí antes de media hora o denunciaba el robo, volvería ella o alguno de sus amigos para rajarla por chivata.<o:p></o:p>
Mientras amenazaba a la mujer su voz sonó falsa, demasiado ronca, y al pronunciar la última frase pensó que estaba interpretando un guión algo vulgar y chocante.<o:p></o:p>
Salió de la tienda procurando pasar inadvertida y, con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta de pana para aplacar la sensación de frío, entró en la primera boca de Metro que encontró. <o:p></o:p>
El Metro le recordaba a la fábrica de hielo: los sonidos estridentes, los raíles de los trenes como cintas transportadoras, y la mirada congelada de la gente en el vagón. Su nariz se impregnó de un olor proveniente de su interior, y el miedo volvió a transformarse en nauseas. <o:p></o:p>
Unas cuantas paradas más adelante salió del vagón para hacer un trasbordo a la línea 5, que la llevó hasta los límites de la ciudad, y desde allí cogió un autobús hacia la casa de Mani, que vivía en la periferia.<o:p></o:p>
Se sintió aliviada al salir de la gran ciudad. Ella se había criado en un pueblo costero rodeado de marismas, de espacios abiertos y cielos transparentes. <o:p></o:p>
Empezó a recordar algunas escenas de su infancia, que quizás había sido feliz, pero que también fue corta; terminó el día que su padre murió ahogado junto con los otros tripulantes de un pequeño barco pesquero que se tragó el mar. Su niñez terminó bajo el mar, y años más tarde también terminarían sus sueños de juventud, amarrados como una piedra a su novio, hundido también pescando. Ahora ella se sentía bajo el mar, con la piel húmeda y fría.<o:p></o:p>
Por su mente desfilaban imágenes de forma imparable: el uniforme de la fábrica, los guantes de goma, el aborto, la huída a la gran ciudad, lo poco que duraron sus escasos ahorros, las gaviotas sobrevolando el océano, el primer contacto con la heroína, el arma que había conseguido la semana anterior, el brillo del sol sobre la superficie del agua, y el olor salado del viento en las marismas. <o:p></o:p>
El autobús se detuvo en la última parada y el chofer se acercó hasta ella para preguntarle si se encontraba bien. Se había quedado dormida y se despertó sobresaltada, confundida. Miró a través de la ventanilla y reconoció el descampado y los altos edificios ruinosos junto a la parada, se levantó sintiéndose mareada y estuvo a punto de tropezarse y caer al bajar del autobús.<o:p></o:p>
Atravesó el descampado con las manos heladas dentro de los bolsillos de la chaqueta, y se internó en una zona de edificios bajos. Junto al portal de Mani, se dobló sobre su cintura y vomitó. Todo su cuerpo estaba húmedo, subió la escalera hasta el segundo piso y golpeó tres veces con los nudillos, a modo de contraseña, en la Puerta de Mani. La puerta se entreabrió y Sandra, sin pronunciar una palabra, sacó dinero de su bolso y se lo extendió a la mano que se asomaba por el hueco abierto. Al cabo de un minuto, la misma mano volvió a aparecer por ese hueco y le extendió una bolsita de heroína. <o:p></o:p>
En el portal, debajo de la escalera, Sandra sacó del bolso una cucharilla, un limón, un mechero y una jeringuilla. Sus movimientos eran mecánicos, aprendidos, pero sus manos estaban heladas y por un instante temió desparramar por el suelo la mezcla de la cucharilla. Con el pulso tembloroso, introdujo la mezcla en la jeringuilla y luego se la inyectó junto al tobillo, propulsándola a través de su sangre hasta el centro mismo de sus entrañas. <o:p></o:p>
De repente su piel se secó, las manos dejaron de temblar y el olor a pescado se desvaneció de sus fosas nasales. Cerró los ojos y sintió como se elevaba. Ahora era una gaviota que sobrevolaba el puerto; se dirigió a alta mar atraída por los brillantes reflejos del sol sobre la superficie del agua, dejando atrás la pequeña flota de barcos pesqueros y el viejo edificio de la fábrica de hielo."
Saludos