Hay días en los que parece que uno viva dentro de un manicomio. Hay días en los que uno hubiera hecho mejor no levantándose de la cama. Hay días en los que te da la sensación de que el resto de los mortales, opina, que por ser uno feo, además, es corto de luces. Me explico.

Acostumbro a hacer magia para amigos en diversas circunstancias y según la ocasión lo requiera. A veces lo hago en mi casa y otras en la suya. Alguna vez, incluso, me he reunido con amigos en algún sitio público, como una cafetería, y he hecho algo de magia para ellos. En estos casos, está claro que el bar no suele estar vacío, y suele sumarse algún curioso de las mesas vecinas, y por mi parte, no hay inconveniente. Nunca he tenido ni el más mínimo problema con estos espectadores extras. Recientemente, un par de matrimonios amigos nuestros se reunieron con mi familia y conmigo en una cafetería que hay al lado de mi casa y de la que soy cliente habitual. Allí hice algún juego para ellos, y por supuesto, también para la concurrencia que andaba por allí. El camarero y dueño, viejo amigo, siempre echa una mirada si sus quehaceres se lo permiten. Agradece que haga magia porque dice que a lo mejor algún cliente que iba a irse, se queda un rato más a ver en qué para todo eso, y se toma otra copa. Había un tipo, solo, en un rincón, que no decía ni pío. Se limitaba a observarme con cara de esfinge. Me fijé bastante en él, porque aunque tenía claro que nunca lo había visto, me sonaba la cara muchísimo. Cuando di por terminada la sesión, nos fuimos sin más problemas.

Esta misma mañana, yo estaba en el mismo bar tomando una cerveza cuando de repente alguien me dio unos golpecitos con sus dedos encima del hombro. Noté cómo una sensación extraña y calurosa me incineraba los pies, y dicha sensación, empezó a subirme por las piernas, la espalda y salirme por las orejas. Detesto que me hagan eso, sea quien sea. Mordiéndome la lengua, me di la vuelta y veo al interfecto del otro día, fumando un cigarrillo. Lo malo no es que fumase, sino que me echó el humo directamente a la cara. Aunque no soy fumador, no me molesta que fumen delante mío. Pero que te echen el humo directamente a la cara, toca las narices un rato largo. Tosí, adrede, para que se diera cuenta de lo que yo opinaba que podía hacer con el cigarrito.

-"Buenas"-dijo el cafre, sin inmutarse- "Le vi el otro día". Le contesté que me parecía bien. Procuré ser educado y le pregunté si podía serle útil en algo. El hombre siguió manteniendo su cara de esfinge y me dijo algo así como "yo también sé de magia, ¿sabe? Y bastante mejor que usted". Bien, seguramente el tipo tenía razón porque ya he admitido varias veces que no soy un buen mago, pero aún no sabía a dónde quería llegar aquel elemento.

Le dije que me alegraba mucho por él, y que si no le importaba, quería tomar tranquilamente mi cerveza y aprovechar para echar un vistazo al periódico. El hombre no parpadeó. Echó otra calada y volvió a echarme el humo a la cara. Por un momento pensé en si este tipo era mago de verdad, y bueno, si lo de echar el humo a la cara formaba parte de alguna estrategia de misdirection. "Ya está", pensé, "este hombre practica el robo de escenario. Seguro que me ha birlado la cartera mientras me intoxicaba". Pero no, la cartera seguía en mi bolsillo. El hombre insistió.

"Si lo desea, puedo hacerle una demostración de mis habilidades". Una vez más, volvió a echarme el humo a la cara. Ya algo enfadado, le dije que lo que deseaba era que me dejara de echar el humo a la cara, y luego quizá, me haría feliz dejándome en paz. Sin pestañear me dijo "¿pues? ¿acaso le molesta el humo?". "Pues sí, mire, un rato sí, sobre todo cuando te lo obligan a respirar sin ser fumador". El tipo no pidió disculpas. Apagó su cigarrillo y siguió mirando me directamente a los ojos, como si en ellos estuviera el Secreto del Universo. Entonces me di cuenta de qué me sonaba. ¿Habéis visto "¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú", de Stanley Kubrick. Hay una escena en la que Peter Sellers, necesita una moneda para llamar por teléfono al presidente de los Estados Unidos. Hay un militar con cara de pasmarote, de bigote, e inexpresivo, que no hace más que ponerle trabas. Pues este tipo era igual.

"Por casualidad, llevo una baraja en mi bolsillo. Si me acompaña a una mesa le haré una demostración". Parecía inasequible al desaliento, el tipo este. "Quizá aprenda algo" dijo, con un par, e ignorante de que su vida corría serio peligro. Yo no llevaba armas encima, pero consideré por un momento la posibilidad de darle con la botella de cerveza en la cabeza y ser libre y feliz al fin. "¿Acaso tiene miedo de que le deje en ridículo?". No cabía duda de que yo había sido muy malo en una vida anterior, y como parte de mi penitencia, alguien había puesto en mi camino a este ser. Encendió de nuevo un cigarrillo y ya olvidando lo que le había dicho antes, volvió a echarme el humo a la cara. Como parecía que no iba a librarme de él, pensé, "demonios, ¿qué tengo que perder? tengo tiempo y quizá realmente aprenda algo". Así que me senté con él en una mesa, habiéndole arrancado primero la promesa de que si me volvía a echar humo a la cara, me levantaba y me iba.

El tipo buscó en sus bolsillos y se disculpó. Dijo que se temia que había dejado la baraja en casa. Quise prestarle la mía, pero me dijo que prefería usar una baraja española. En el bar había unas cuantas, y nos ofrecieron una muy poco usada, de 40 cartas. Dijo el tipo, "observe bien". Si alguien ha tenido el valor de leer hasta aquí, le sugiero que pase a otra cosa, porque lo que sigue a continuación es demencial.

Tras barajar con una lentitud que llegaba a producir somnolencia en el espectador, es decir, en mí, puso cuatro cartas sobre la mesa, boca arriba. No recuerdo cuáles eran, unas cualquiera. Lo que sí sé es que una era el 7 de copas y a lado estaba el 6 de oros. Puso una quinta carta más arriba, y apartó diez, boca abajo en una esquina. Puso el seis de oros sobre el 7 de copas, y dio la vuelta a una de las diez cartas y la puso en el hueco que había dejado el 6 de oros. Dio la vuelta a otra carta más y la dejó en reserva. Cogió el resto del mazo y fue pasándolas de tres en tres. Me dijo que podía ponerse por orden en las cartas de abajo las que tuvieran número inferior, pero de distinto palo. En cambio, arriba, había que poner las que tenían el número superior, pero del mismo palo. Se podían usar cartas del mazo de diez, y también cartas del mazo que tenía en la mano, pero pasándolas de tres en tres. Siguió con esa rutina un buen rato. Me explicaba que el objetivo del juego era sacar todas las cartas a los bloques de arriba, siguendo esas reglas.

Al principio miraba su juego, con la sensación de que algún misterioso espíritu me robaba el poco pelo que me queda. Luego miraba a la cara del interfecto este, a ver si por casualidad se le escapaba la risa, y me decía que todo era una broma. Finalmente miraba a los alrededores, pensando en que quizá el nuevo uniforme de los camareros era una bata blanca, y todos tendrían la cabeza rapada. No era así, y pensé que en alguna parte habría escondida una cámara oculta.

Al cabo de un rato, el tipo acabó el solitario y se me quedó mirando con cara de orgullo. "¿qué le parece?", me dijo. "Pues muy bien, pero que yo sepa, esto no es magia. En mi pueblo lo llamamos solitario". "Y en el mío también, pero lo mágico es que yo jamás fallo un solitario".

Sí, pensé para mí, seguro que tienes mucha práctica en solitarios, de todo tipo, con cartas y con otras cosas, pero Dios mío, ¿por qué yo?

El tipo se ofreció para repetirlo, pero dando yo las cartas. Le dije que no, gracias, que no es bueno para un mago de su calibre repetir el mismo juego ante el mismo espectador. Terminé mi cerveza de un sorbo y me despedí de él. "No creo que nos volvamos a ver" -dije- "porque yo vivo en el planeta Tierra, y sólo me dejo caer por Ganímedes cuando quiero ver de cerca la gran mancha roja".

Ahora mismo rezo para que este hombre no se convierta en cliente habitual del bar, y no tener que encontrármelo de nuevo. Si así fuera, y sigue no sólo haciendome estas demostraciones de magia que igualan a las de Ascanio, sino también echándome el humo del cigarrillo a la cara, me temo que dentro de unos días yo estaré en la cárcel por agresión. Quizá allí encuentre algo de paz. Lo dicho, estas cosas me fatigan muchísimo.