Quiero contar algo que me pasó hace dos días. Me había llamado una señora para una fiesta de cumpleaños. El "angelito" cumplía 12 años, edad que considero fuera del límite para actuaciones de magia ya que, se sabe, los niños a esta edad comienzan a hacerse muy odiosos. Sin embargo acepté.

Ahora, antes de seguir, necesito explicar algunas cosas: Vivo en Panamá. Aquí hay una división de clases muy marcada. No es que hayan conflictos ni nada de eso sino que la "cultura" de cada clase social es muy distinta. La clase media (la más numerosa) es la mejor para la magia (creo que esto es la norma en todas partes). La clase media, sobre todo la clase media-media y la clase media-baja son excelente público, en mi experiencia. Entre la clase media-alta encontramos algunos pretensiosos, pichones de aristócratas que no valen un sebo pero hay excepciones.

La clase baja en este país es una sorpresa para el mago. Antes era buen público pero ahora se puede uno encontrar de todo y cada vez que tengo que ir a algún sitio "popular" voy con reservas pero voy.

Donde intento NO ir es donde los aristócratas o la gente rica. Es un público de mierda y sus niños no tienen la menor educación. Se entiende viendo a las madres. Aquí hay un sitio que se llama "Club Unión" que es un club privado de la aristocracia local... ¡No voy! No hay dinero para que yo vaya ahí. Luego tenemos la llamadas "colonias": la colonia judía, la colonia hindostana y la colonia árabe. Las personas que las componen aquí, son generalmente comerciantes ricos de esas nacionalidades y sus hijos no tienen la menor educación... son una mierda, vaya, casi tanto como sus padres, en mi opinión.

Cuando me llama alguien y por el apellido saco que es de alguna de estas colonias, NO voy. Digo que me equivoqué de fecha en la agenda, paso algunas páginas a boca de teléfono y digo: ¡Ay, ese día lo tengo ocupado! y NO voy. Algunas empresas de organización de fiestas que me llaman saben muy bien que no me tienen que llamar para ningunas de estas personas ni para ricachones del Club Unión.

Bueno, la cosa es que a Panamá están viniendo a vivir muchas personas de Colombia, Venezuela y otros países ya que aquí se está viviendo una bonanza increíble, se hacen cientos de edificios de lujo y, aparentemente, corre el dinero por las calles (corre tanto que los pobres no lo alcanzan, pero eso es otro tema).

Vuelvo a la función: llego al edificio de super lujo, tengo el primer problema con el guardia de seguridad de la garita (más que a los ricos, odio a los perros que los sirven), subo por fin al "Salón social" del edificio y me encuentro con unos 50 niños, varios de los cuales llevan la gorrita Kipah y me doy cuenta de que estoy ante el público más indeseable para mí: niños ricos pertenecientes a una de las colonias que he mencionado, en este caso niños ricos judíos (no hay diferencia entre los niños ricos de ninguna clase, por lo menos aquí). No me di cuenta por teléfono porque la señora era colombiana y el acento me engañó. También su apellido me era desconocido, o sea los apellidos judíos de aquí los conozco pero nunca había oído el apellido "Guberek".

Aquí viene el asunto. ¿Qué hubieran hecho ustedes? Quieren empezar a actuar y no se callan. El local tiene un eco mortal que magnifica el murmullo general. Varios niños igualados, sin respetar al adulto que tenían delante (¡yo!) hacen comentarios de tú a tú. ¿Qué hice yo? Comencé a actuar sin importarme el ruido. Eliminé, a medida que avanzaba, todo lo que tenía que ver con participación del público, no escuché ninguna de las impertinencias de estos críos (¡y fueron muchas!)... en otras palabras: puse el piloto automático... ¡y qué piloto! Me di cuenta de que tengo un piloto automático de primera calidad. Con decirles que ni siquiera me sentí incómodo ni mal ante este público (cosa que antes sí me pasaba).

Como sería la cosa que una niña se me acercó en plena presentación y me dijo: --Dígame algo, con toda franqueza: ¿usted es un robot?

Los niños vieron que no podían conmigo, yo no me estresé, cobré y para las madres que me vieron fui un mago que no se preocupó en lo más mínimo por controlar la disciplina de los niños... con lo cual, me imagino, nunca me llamarán para sus fiestas, ¡no hay nada que me haga más feliz!

¿Qué hubieran hecho ustedes?

Marko