Magia infantil de cerca

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La magia infantil, tradicionalmente, la asociamos a magia se salón o escena. Sin embargo, la proliferación de actos en los que el número de participantes es reducido (cumpleaños, comuniones…) nos lleva a buscar soluciones diferentes y a diseñar, en ocasiones, muchos espectáculos en los que nos centramos más en la magia de cerca que en la de escenario.
Desde ese punto de vista, quizás sea bueno que estudiemos las características de este tipo de actuaciones, y que analicemos con algo de detalle su desarrollo, sus particularidades y su forma de ser.

En el foro de magia infantil he encontrado dos temas que tienen un nombre similar. Ninguno de los dos se acerca a lo que deseo tratar, por eso me permito abrir un hilo nuevo. No obstante, y como refuerzo a lo que aquí podamos comentar, anoto sus enlaces.
http://www.magiapotagia.com/f21/magi...y-ninos-16360/
http://www.magiapotagia.com/f21/magi...a-ninos-10652/
El primero se basa en algunas reflexiones sobre magia de cerca y público infantil (incluso se apunta un posible repertorio); el segundo demanda materiales para ser utilizados en magia de cerca infantil.

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Algunas claves para el buen funcionamiento del espectáculo.

A continuación enumeraré algunas de las características que creo que debemos tener en cuanta cuando nos enfrentemos a este tipo de espectáculos. Unas las desarrollaré con mayor profusión a lo largo del hilo. Otras, por su sencillez, serán únicamente apuntadas aquí. En cualquier caso, la lista puede ser editada y ampliada con las aportaciones que hagamos unos y otros.

• Todos los asistentes deben ver perfectamente lo que sucede, bien por cercanía al mago, bien con el apoyo de medios tecnológicos.
• La conexión entre el mago y el espectador debe ser directa, de tú a tú, cobrando mayor importancia que nunca el juego de miradas y el reclamo permanente de la atención del público.
• La mesa debe estar lo más despejada posible para facilitar nuestro trabajo y evitar distracciones. Todo el material que no tenga un una función inmediata será retirado. Al trabajar en un espacio reducido habremos de tener prestar especial atención al modo y momento en el que retiramos los objetos ya utilizados.
• Puesto que, en muchas ocasiones, renunciaremos a la utilización del micrófono, para el caso de que empleemos música en nuestros espectáculos extremaremos la precaución para que no solape la voz.
• Hablamos de objetos pequeños, y hablamos de niños. Cuanto más cuidemos la estética y los pequeños detalles del material, más reclamaremos la atención de los presentes.
• La innata curiosidad del peque y la cercanía al material que empleemos, pueden ponernos en un aprieto. Cubrámonos las espaldas cuando sea necesario.

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Acondicionamiento del espacio.

Vamos a trabajar con mesa, lo que nos supone el primer inconveniente. Las mesas “de adultos” son altas para los peques.
Si les obligamos a sentarse en mesas “de adultos” les cuelgan los pies, están incómodos.
Si están en el suelo, se nos arruinan muchos juegos, pues, o no ven bien lo que ocurre en la mesa, o tenemos un ángulo inferior inasumible en determinadas ocasiones.
Yo me he decantado por una solución intermedia, más incómoda para mí, pero que resuelve algunos de los problemas que planteo, y es el llevar una mesa con patas regulables. Según las ocasiones puedo ponerla algo más baja con lo que, aunque se resienten mis riñones (ya voy para mayor) elimino el problema de la estatura de los renacuajos.
En alguna ocasión me he visto obligado a trabajar en el suelo (por ausencia de mobiliario para los asistentes), pero es algo que no me gusta, pues me obliga a cambiar el repertorio habitual.
Normalmente sitúo la mesa con la espalda cubierta por la pared, y coloco dos sillas, una en cada lateral, para los juegos en los que necesito un ayudante.
Las sillas las coloco en semicírculo en torno a la mesa. Si debo poner más de una fila, intento que cada fila trasera coincida entre dos delanteras, con lo que la correcta visibilidad está garantizada.
Si hay adultos, los coloco detrás del todo.
En alguna ocasión he trabajado magia de cerca en lugares más amplios (salones de actos, teatros) donde es imposible disponer las butacas a mi voluntad. En estos casos, si hay adultos, pido que los niños ocupen las posiciones centrales, y que los adultos pasen a las laterales. Al tratarse de un número reducido de personas no suele haber problemas. Incluso es un gesto que alaban con frecuencia los mayores.
Esta colocación, que me parece idónea, puede plantear problemas de iluminación, esencialmente en las casas particulares, donde hay una lámpara central en el techo de la sala. Si no conozco el espacio, cargo siempre dos focos pequeños (en mi caso, halógenos de 150w.) que me permiten crear el ambiente idóneo y resuelven la semioscuridad, que no me gusta nada.
Sobre otras concisiones de la sala (espejos a mi espalda, ventanas que provoquen contraluz, etc.) me remito a otros hilos del foro, en lo que hemos abordado el tema con suficiente amplitud.

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El número de niños.

Quizás debamos empezar por matizar que cuando hablo de magia de cerca no diseño el espectáculo pensando en el número de peques, sino que lo hago partiendo de los juegos que quiero ejecutar. Y son los juegos los que me marcan el calificativo “de cerca”.
Igual que se hace con público adulto, puedo montar un espectáculo de cerca para un considerable número de espectadores, siempre que disponga de los medios técnicos necesarios para que todo el mundo pueda disfrutarlo (pantalla gigante y cañón de proyección).
En cualquier caso, y dado que la diferencia con otros espectáculos de sala que podamos ofrecer se centra, precisamente en el número de espectadores, trataré de analizar las características específicas que nos ofrece el que sea un número reducido.
Por delimitar la conversación, me centraré en una actuación para diez niños o menos (algo relativamente frecuente en cumpleaños, comuniones, etc.), pues este número sí nos marca diferencias claras con otro tipo de espectáculos.

El control de los espectadores.
Mantener la atención del niño con un número tan bajo de espectadores debe ser sencillo. Cuantos menos son, menor es el riesgo de dispersión, luego, si hacemos bien las cosas, el seguimiento constante de la actuación está garantizado.
Por otro lado, nos resulta más sencillo centrarnos en cada uno de ellos, hacer que vivan la actuación como si se la estuviésemos haciendo a él de manera personalizada: las miradas recaerán más tiempo sobre los participantes y la posibilidad, incluso, de recordar sus nombres y tratarles de manera personal, será mayor.

Los ayudantes.
En este punto podremos encontrar ventajas, pero también algunos inconvenientes.
Ventajas, porque la mayoría de ellos pueden sentarse a nuestro lado para participar o supervisar un juego, con lo que adquieren protagonismo, algo que raramente rechazan.
Inconvenientes pues, siendo pocos, crecen las expectativas de salir como ayudantes (tienen más posibilidades si de verdad les apetece), pero no siempre será posible que asuman un papel protagonista todos los que lo deseen. El problema se nos plantea cuando el número de los que se quedan fuera es pequeño (uno o dos), con lo que puede crecer la frustración.
Cuando trabajo con un número elevado de muchachos, soy yo quien elige a los ayudantes. Personalmente no pregunto quién quiere salir. Sin embargo, cuando trabajo con pocos niños sí lo hago. Pregunto, para enterarme de cuántos tienen interés en convertirse en asistentes y poder valorar hasta qué punto tengo posibilidad de cumplir sus deseos.
En algunas ocasiones me interesará cambiar el repertorio, y hacer algún juego extra con ayudantes, si de esa manera satisfago las necesidades de todos los niños. En otras ocasiones me interesará hacerlo a la inversa (prefiero que se queden sin ayudarme cuatro, a que sea sólo uno).
Otra posibilidad la tengo en emplear algún juego que requiera la participación activa de todo el público, con lo que justifico que ha participado la totalidad de la sala. De apostar por esa línea, debe estar muy medido para que la participación sea real y todos tengan la impresión de haber sido protagonistas en un momento dado.

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Las edades de los niños.

Ya que nos estamos centrando en un número reducido de peques (unos diez), el tema de la edad adquiere protagonismo especial. En general, y tratándose de eventos privados, las edades serán uniformes con algún que otro fleco (si se trata de un cumpleaños, por ejemplo, la edad media será la del homenajeado, aunque puede haber algún pariente mayor o menor).
En estos casos yo trato de adaptarme mucho a la edad mayoritaria. No adapto el repertorio, sino mi manera de llevarlo a escena, la forma en la que trato a los niños, etc.
Iré directo al fracaso si trato a los mayores como si fueran pequeños, o a la inversa.
Para el caso de que las edades estén mezcladas, y en la sala hay “un poco de todo”, haré guiños particulares a todos ellos. Es decir, trataré de que noten cuándo estoy tratando con los más pequeños y cuándo me estoy dirigiendo a los mayores.
Para que no haya rupturas de ritmo, ni interferencias de los que no se dan por aludidos en un momento concreto, trataré de que la duración de cada edad específica sea pequeña, retomando enseguida el trato “general”.
Si la desproporción de edades es muy grande, y el número de los “diferentes” es poco significativo (por ejemplo, nueve niños de diez años y uno de cinco), me centraré en la edad mayoritaria. Hablaré con los padres o responsables de la actividad y, si lo veo conveniente (a veces me interesa por imagen) al acabar la sesión dedicaré unos minutos al pequeño.
La mayoría de los juegos que podamos escoger serán aptos para todas las edades, por eso mi esfuerzo debe centrarse en cómo los presento, qué puedo hacer para que el mismo juego triunfe de manera similar si la edad media son seis años o si tengo un grupo de once. Eso es, quizás, lo más complicado y donde más fallamos con frecuencia.

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La estética.

Cuidar mucho la estética es una garantía de éxito. A los peques les atraen las cosas bonitas, claro, pero también las raras. Y, según edades, las macabras, las “gore”.
Tiendo a homogeneizar mi estética, a crear conjunto a partir de los materiales o la decoración que utilizo. Es algo que no cuesta nada y que contribuye a tener un espectáculo más redondo.
Si cuido los pequeños detalles, los espectadores sabrán agradecerlo, sus críticas serán más favorables. El público muchas veces no acierta a explicar la razón de que un espectáculo le haya gustado mucho. Los peques, que aún no dominan bien la capacidad de expresión, suelen decir que les ha gustado “todo”. Ese “todo”, que es una expresión vacía, ambigua, esconde el repertorio, la interpretación… Pero también la estética.
Si sé que voy a trabajar con niños pequeños, buscaré el colorido, las formas reconocibles.
Si la edad aumenta, seleccionaré materiales más acordes a la edad. ¿Alguien se ha planteado alguna vez hacer los cubiletes, pero en lugar de utilizar bolitas, usar calaveras? Yo sí. La versión fue un éxito. Los cubiletes eran las tumbas, y las calaveras los zombis. El resultado, espectacular con niños de diez y once años. El mismo juego, los mismos pases. Un discurso distinto y una estética diferente. Ahí es donde marco la diferencia.
Si tengo las edades mezcladas, los cubiletes son torres de castillo. El juego es el mismo. Cambio el discurso.
Discurso, repertorio y estética van de la mano.
Del repertorio hablaremos luego, pero la estética, lo aseguro sin miedo a equivocarme, juega un porcentaje fundamental en la percepción final de los niños.

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La curiosidad del niño en relación al material.

La curiosidad que siente el niño por ver el material, por tocarlo, por jugar con él… es la misma que experimenta el adulto. Con una salvedad: el niño se deja llevar menos por el convencionalismo de la “educación” y se muestra más libre, con más derecho a adueñarse de todo por unos instantes. Dicho de otra manera: el niño, en cuanto pueda, cogerá cualquier cosa que esté a su alcance.
En magia de cerca, por la proximidad de los espectadores, nos plantea ventajas e inconvenientes. Ventaja, porque, a poca psicología que utilicemos, todo el material será “revisado” sin que demos la sensación de que estamos dándolo a revisar. Inconveniente, porque desearán tocar cosas que no nos interesan.
Ventaja, porque hablarán entre ellos, con lo que se extenderá enseguida la certeza de que no hay trampa. Inconveniente, porque, una vez que alguien toca algo, todos los demás quieren tocarlo.
Nos corresponde (si queremos que la sesión transcurra por cauces pacíficos) marcar las normas de quién y cuándo puede tocar algo. si esas pautas las marcamos con claridad, los inconvenientes de los que he hablado se minimizan mucho.
Si, además, trabajamos con materiales estéticos, si lo que utilizamos les resulta especialmente atractivo, nuestras normas deben ser aún más claras.
Por lo general, ya que hablamos de magia de cerca, cuando sentamos a alguien a nuestro lado, suele comportarse con muchísima corrección. Se siente protagonista, y el protagonismo apela directamente a la buena educación. Casi siempre respetará nuestras normas e intervendrá únicamente para hacer lo que le pidamos. Esto incluye el toqueteo de nuestros objetos.
Sin embargo, hemos de tener en cuanta que puede haber un porcentaje (mínimo) de niños que no respeten lo pactado.
La manera con la que yo resuelvo estos casos es interponer una barrera entre el niño y mis objetos. Casi siempre basta con que los ponga al otro lado (si el niño está a mi derecha, los objetos estarán a la izquierda). Por un lado consigo que el peque lo tenga difícil a la hora de tocarlos (muchas veces ni siquiera llega a ellos). Por otro, para el caso de que sí pueda acceder, la distancia (y sobre todo el hecho de que tiene que sobrepasar mi cuerpo) me permite reaccionar y evitar lo no deseable.
En alguna ocasión he cambiado de sitio a un niño (siempre de manera justificada) y, hasta la fecha, nunca he tenido que suprimir un juego por falta de colaboración del peque, ni he tenido que cambiar de voluntario.
En cualquier caso, en ocasiones se resuelven todos los problemas si dejamos que los niños comprueben el material, que lo vean, que lo estudien.
Yo nunca digo que lo van a examinar. Sencillamente se lo dejo. Las conclusiones las sacan ellos.

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La elección de ayudantes (I).

El tema de los ayudantes ha sido citado en el punto anterior, así que será bueno que nos detengamos un momento aquí para estudiarlo con algo más de detalle.

¿A quién elijo?
Aquí nos la jugamos. Van a estar tan cerca de todo, que si escogemos al revoltoso, al excesivamente curioso o al demasiado activo, corremos el riesgo de que toquen lo que no deben, o interrumpan cuando no nos interesa.
De la misma manera, si elegimos a alguien muy pasivo, asumimos el riesgo de tener que hacer nosotros el trabajo de los dos, o de que decaiga el ritmo.
En general, salvo en juegos donde no me preocupe nada, suelo escoger a los que se lo están pasando bien, pero no han dado muestras de entusiasmo excesivo.
Yo utilizo la fórmula “¿Me ayudas, por favor?” y nunca pregunto quién quiere ser voluntario. No lo hago, porque no me gusta el alboroto que se genera, y porque siempre dejo a alguien con la frustración de que no le he elegido. Al ser yo directamente quien señalo a alguien, esa sensación queda más diluida.
Procuro, siempre (¡Siempre!) explicarme con exquisita claridad: que no tengan duda nunca de lo que deben hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. A esto le dedico casi tanto tiempo como al resto de la preparación del espectáculo. Para mí es una de las claves del éxito o el fracaso de un juego. Si he de perderme en aclaraciones, rompo el ritmo; si tengo que volver a explicar las cosas, aburro.
Intento que se sientan importantes: si su papel no fuese esencial, no estarían ahí. Y agradezco su colaboración (tanto en forma de aplauso, como personalmente).
A la hora de escogerlos, pienso mucho lo que deben hacer, y lo asocio a las capacidades según edad: no todos los niños están capacitados para hacer todo (si les voy a pedir que hagan una operación matemática, por ejemplo, deberé seleccionar edades que ya hayan tratado el cálculo mental, o niños capaces de manejar una calculadora).

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La elección de ayudantes (II).


¿Dónde los sitúo?
La ubicación del público estará supeditada a mis necesidades en cada momento. A veces me interesará que estén colocados a mi izquierda; en otros juegos puede interesarme más la derecha; en algunos será indistinto.
De la misma manera, en función del repertorio, decidiré si dejo que se sienten a mi lado, formando línea conmigo, o prefiero que estén perpendiculares a mí, frontales a los lados cortos de la mesa.

¿Cómo reacciono si no responden como espero?
Aquí no puedo enumerar un recetario completo, pues dependerá de en qué me fallen y de qué manera lo hagan.
En general hay dos palabras que me ayudarán en casi todas las ocasiones: la paciencia y la simpatía. Si asumo que me están ayudando, si comprendo que su participación me resulta vital, no tiene sentido que me enfade con ellos, por mucho que no acierten a hacer lo que deseo. En el peor de los casos siempre podré cambiar de ayudante si creo que me va a beneficiar. Pero lo haré con diplomacia, con sentido común, de tal manera que nunca pueda sentirse mal. Un niño al que maltrate será un espectador incómodo en el futuro, o una pérdida como público para siempre.
Si el niño no responde como deseo, puede deberse a dos causas diferentes: que sea culpa suya o que sea culpa mía. Si es culpa mía, puedo rectificar (no me he explicado bien); si el responsable es él (le he pedido que haga algo que no puede hacer –en el fondo es culpa mía-), debo cambiar la estrategia (cambiar el juego o cambiar el voluntario).

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La duración de la sesión.

Tiendo a trabajar sesiones de una hora de duración, aproximadamente.
No comparto la opinión de los que dicen que los niños no aguantan bien tanto tiempo, ni me gustan las galas interminables que exceden de sesenta minutos (por más que el público se lo esté pasando bien).
Trabajo sesenta minutos, porque creo que es un tiempo razonable, que permite que el niño no pierda atención y que no se canse del espectáculo.
En cualquier caso, y más que cuantificar minutos, creo que debe haber una máxima y es que, además de disfrutar, el peque se quede con ganas de más. Si lo conseguimos, además de haber logrado que los niños disfruten durante nuestro número, habremos contribuido a crear público para el futuro.