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  1. #1
    Fecha de Ingreso
    15 jul, 08
    Ubicación
    Salamanca
    Edad
    60
    Mensajes
    5,600

    Predeterminado Crónica saharaui

    He tenido el privilegio de pasar unos días en territorio marroquí, esencialmente en tierras saharagüis. Aunque en algunos aspectos el viaje no salió como esperaba, sí tuve la ocasión de ir haciendo magia por distintas ciudades marroquíes.
    Como expereiencias y anécdotas ha habido una cuantas, os iré contando algunas de las más reseñables. Mitad para daros envidia, mitad para que os sirvan de experiencia si viajáis a esas latitudes.

    Marrakech, el primer contacto con la magia.
    En Marruecos aterrizamos en el aeropuerto de Marrakech. Un día para ver la ciudad y comenzar la aventura.
    No hice magia, me la encontré en la calle. O, mejor dicho, me la encontré en la Plaza de Yamaa el Fna donde, entre aguadores, contorsionistas, acróbatas y vendedores, había varios magos callejeros, de esos que han heredado un juego de generación en generación, y lo siguen haciendo (posiblemente) igual que lo hicieran sus abuelos.
    Fakires que tragaban agua hirviendo de una tetera, trileros, "el haz como yo" con nudos y cordones... Algo pintoresco.
    Me pareció a un tiempo sórdido y atractivo. Y entre aromas diversos, genstes que te ofrecen hachis, caza clientes para sus puestos de venta... No supe si me gustaban los espectáculos o me desagradaban.
    En cualquier caso merecía la pena estar ahí. Era el comienzo del viaje. La siguiente cita... Sidi Ifni.

    Sidi Ifni: el niño que me tiene miedo.
    Una noche y día y medio en Sidi Ifni. En la calle, a la puerta de la casa donde pernoctamos, un grupo pequeño de niños (entre los seis y los doce años). Me acerco a ellos con la sonrisa de rigor y los bolsillos cargados con monedas; algunas bolsa de esponja; conejos de espuma; dos FPs, uno cargado con un pañuelo y otro con un puñado de arena.
    Muestro las manos vacía y de la camiseta de un chaval aparece una moneda de dos euros. Antes de que se reponga, de su hombro aparece una segunda moneda. Se hace el corro. Uno de los pequeños (unos ocho años) se retira a segunda fila. Los peques ríen y se maravillan cuando las nonedas de euro se convierten en monedas de diez dirjan (un euro, al cambio). Las monedas vancambiando de mano al tiempo que el corro va creciendo más y más. De momento no tengo problema para abrir el corro: estamos junto a un descampado.
    El peque de antes se esconde detrás de uno un poco mayor.
    Descubro que tengo algún problema para trabajar con las monedas de dirjan: hace mucho calor (más de cuarenta grados) y las manos me sudan (algo no habitual en mí). Cambio de material
    Aparece una bola de esponja. La bola se duplica. Ya tengo dos. Una para mí, otra para el epectador... Y el niño tiene dos, pues la mía ha desaparecido y se ha metido en su mano.
    El peque asustadizo grita y se marcha corriendo. Desde entonces me mira dtrás de un coche. Tiene miedo. No vuelve a acercarse a mí. Hamza, mi traductor, me explica que cree que soy un brujo. Por más que lo llamo, nohay nada que hacer.
    El corro sigue creciendo. Ya hay bastantes adultos.
    La familia de los conejos arrasa. No hay aplausos, sólo miradas de incredulidad, sonrisas y peques que quieren tocar los conejos.
    Los guardo.
    De la nada aparece un pañuelo. El pañuelo desaparece y vuelve a aparecer en los lugares más insospechados.
    No hay aplausos, sólo miradas de incredulidad, sonrisas y peques que quieren que el pañuelo les aparezca a ellos. y me gusta, me gusta mucho que no aplaudan. No están acostumbrados a ellos y me muestran su agrado con su alboroto.
    Se va cerando el corro. Tengo problemas para controlarlo. Creo que llega el momento de cerrar la sesión. Me agacho, cojo una piedra, la aprieto entre las amnos y la convierto en arena. La arena (muy fina) cae al suelo. Se asustan algunos peques más, aunque no tanto como el anterior que sigue escondido detraás del coche.
    Pongo fin a la sesión y llega la peor parte. Todos me piden algo: quieren dinero, bolas... El tumulto llega a agobiar. Descubro que es algo con lo que voy a tener que lidiar durante muchos días y empiezo a pensar cómo evitarlo. Si se lo hacen a cualqueir extranjero, con razón de más a un mago. Y eso que en Sidi Ifni no hay demasiada hambre.

    Magia a un niño de 104 años.
    Prosigo el relato.
    El tercer día de estancia en tierras saharauis nos desplazamos a un lugar de nombre impronunciable, cuya traducción viene a ser algo así como "Ojos de burro". Ese será nuestro campamento base, desde nos moveremos por distintos lugares, algunos realmente lejanos.
    Llegamos al anochecer y nos recibe un grupo de adolescentes. Dicen tener 17 y 18 años, pero estoy convencido de que falsean su edad para que les demos tabaco. No pasarían de los 15, así que... ¡Ni un cigarro!
    Magia, para ellos, la primera noche. El asombro y la sorpresa... Salvo para uno, residente en Francia, el resabiado del grupo empeñado en disolver la magia. No lo consigue.
    A la mañana siguiente aparece un hombre mayor. Aparenta tener noventa y pico años. Se le iluminan los ojos al enterarse de que soy de Salamanca, ciudad que conoció y en la que vivió muchos meses. Era soldado de la Guardia Mora, allá, cuando la guerra. Sirvió a las órdenes de Franco en aquellos años en los que Salamanca fue capital de la España Nacional. Me cuenta muchas historias y le escucho atontado. Ha olvidado mucho el español y me mezcla el discurso con árabe y un poco de francés. Me cuenta que cree que tiene 104 años. No sabe la fecha exacta en la que nació, pero usa referencias para calcular su edad.
    Mientras bate un te para sacar la espuma, me habla de la guerra y del desencanto: de cuánto les prometieron y del nada que les entregaron. Y maldice a España por lo mal que gestionó la descolonización: esa zona es la pobreza y el desencanto.
    Le hago magia con monedas mientras se incorpora a la tertulia un grupo de adultos (todos hombres, por supuesto. ¡Malaya!: Estamos en tierras musulmanas). Un poco de magia con cigarros (muy poco, es especialidad que no domino) y fumamos ducados. Le encanta el tabaco negro. Aparecen algunos peques que se enganchan a los juegos de cartas. Es curioso, usan la baraja española y a los palos y a los números se refieren en español, aunque no hablen el idioma, aunque no sepan lo que significa. Allí el dos de oros es un "dos de oros" y se llama "dos de oros". Santiago, el abuelo centenario, disfruta como un niño y el té azucarado sabe soso al lado de la dulzura de su sonrisa. Es uno de los momentos más bonitos que viví en aquellas tierras.
    Con él compartí muchos más ratos, pero ninguno alcanzó el encanto del día en que nos conocimos

    Gnía y María
    Gnía no sabe cuántos años tiene. En junio se le cayó el primer diente y ahora se le mueven dos.
    María tiene nueve años. Va a cumplir diez. Son mis fans incondicionales. Me buscan constantemente, sonríen, y les hago un poco de magia.
    Los hermanos de Gnía (mellizos) son más pequeños. Tienen algo más que un catarro y andan para pocas bromas. El "médico" de nuestro grupo, Pepe, un salvadoreño residente en León, al que nuestro estado no reconoce su licenciatura, les receta algo, pero su mejor medicina, creo, son los d'lite, ese trocito del corazón que les entra por un lado del cuerpo y les sale por otro, mientras no pueden contener la risa.
    A María le gustan las bolas rojas de espuma. Y, cuando se transforman en pelotas de goma verdes, que le regalo, se le escapa una lágrima (y a mí también). Quiero darle un beso y no me deja. A veces olvido cuál es la educación que reciben las niñas en esos países.
    Gnía quiere robarme todo. No entiende porqué, si yo puedo obtener cosas de la nada, no se las regalo. Me tiende un envoltorio vacía de galletas y me pide que se lo llene. No puedo hacerlo, no estoy preparado para ello. Tendrá que esperar al día siguiente.
    Al otro día, Gnía, con sus galletas recién aparecidas, ríe sin parar. Me hace un dibujo. Me da un beso. A sus ¿seis? años sí puedo mostrarme ese tipo de afecto. Sus hermanos están sentados a la sombra. Después de un par de carreras, no tienen fuerza para seguir jugando.
    Por la noche me ven la linterna, una de esas de frente, de las que antes sólo usaban los espeleólogos. Les gusta tanto como la magia. Me propongo regalársela a María el último día. No pudo ser. Un cambio de planes en el programa de la expedición, a última hora, me impidió despedirme de ella y se quedó sin tener luces en la cabeza.
    Viajamos en vuelo de bajo coste: un bulto por persona y veinte kilos máximo de equipaje: echo de menos no tener "mis cosas", mis aparatos... Más material. Echo de menos poder regalarles un espectáculo como los que hago en España, cuando me pagan por ello. Uno de esos en los que el público no acierta a valorar ni una quinta parte de lo que se maravillan María o Gnía.

    Nos apedrean en Guelmim
    Una parada en la ciudad de Guelmim para visitar el hamam, ese baño público en el que mezclas aguas frías y calientes para liberar los poros del polvo y de la arena.
    Al salir del hamam ya hay un montón de niños en torno a las furgonetas. Huelen a turistas, y donde hay extranjeros siempre existe la posibilidad de conseguir "algo".
    Con la piel suave, con el jabón pegado a las palmas de la mano, tengo problemas para trabajar las monedas, así que echo mano del FP y comienzo a jugar. Alegría y diversión.
    ¡Sorprendente! En menos de tres minutos el corro de niños se ha duplicado.
    Sale un chaval de una tienda cercana y trata de espantar a los muchachos. Me cuenta que estuvo trabajando algún tiempo en Canarias y que tenga cuidado: son chavales "poco recomendables". No estamos en un buen barrio.
    Mientras hablamos, la cantidad de críos vuelve a duplicarse. Ahora sé que no voy a poder controlar tanta gente: se acercan a la centena. Y, lo que es peor, los nuevos no saben qué sucede, no saben que hay un mago intentando hacerles reir.
    Los nuevos se abren paso a codazos hasta adueñarse de las primeras filas: nos piden (nos exigen) monedas, tabaco, refrescos... Tratan de meter las manos en nuestros bolsillos.
    Nuestro improvisado defensor (el que tuvo que abandonar las islas por falta de trabajo) trata de ahuyentarles y nos aconseja que nos marchamos.
    De una manera un tanto precipitada, nos subimos a las furgonetas y arrancamos. Los críos nos persiguen golpeando los costados de la "master" en al que viajo. Cuando estamos abandonando la calle suenan dos impactos, uno en el techo, otro en la ventana trasera: nos están apedreando.
    La magia, ese día, la disfruté sólo unos instantes. Después desapareció. Y con ella, se marcharon las ganas de repetir la experiencia en ciudades. En los pueblos no hay tantos problemas, las ciudades... Las ciudades están resabiadas, contaminadas. Han hecho que los niños pierdan la inocencia. La sonrisa se la robó hace tiempo (quizás) el hambre.

    Gala de despedida en "Ojos de Burro".
    Llega el momento de la despedida. No marchamos de lo que ha sido nuestro campamento base; tenemos ganas de descubrir la montaña, el desierto, los oasis... Montamos una fiesta para la gente que nos ha hecho sentirnos como en casa: aquellos que han compartido lo nada que tienen con nosotros.
    Primero unos juegos para los peques, después una sesión de magia de cerca, mientras van llegando los adultos. No hay mesas, no hay sillas y yo no le llevado velador alguno. Me siento en un pupitre escolar que me está pequeño: la barriga se me oprime contra el tablero de la mesa. Lo cubro con una toalla fina. Como tapete, para algunos juegos, una alfombrilla de ordenador.
    El juego con el que más se ríen, el chop cup: lo disfrutan a rabiar. Lo que más les impactó, el hilo gitano: es la primera vez que me aplauden desde que estoy ahí... Quizás porque fue un español quien inició la ovación. Estupendos los juegos de cartas y algunos con monedas.
    Estamos jugando sobre una cancha de fútbol/baloncesto que estamos construyendo. Cuando yo vuelva a España, seguirán nuestros chavales allí, recogiendo piedras, hormigonando y alisando cemento.
    Ya hay suficiente público, así que decidimos entrar en una de las aulas de la escuela. Empieza a anochecer y la gala de escena será ahí: no tenemos focos y la oscuridad de la noche no es buena acompañante para apreciar los pequeños secretos que aguardan.
    En la gala de escena, intercalado entre zancudos y malabaristas, corto y recompongo una cinta, juego con esponjas, improviso juegos de cuerdas con cordones de zapatos, me entretengo con pañuelos y hago que, en manos de un espectador, de desenganchen todos los eslabones de una cadena de plata que lleva al cuello: por supuesto, luego se la devuelvo ya restaurada... Y aparece el pez (versión Tapias). No alcanza el impacto que suponía.
    Disfrutan a rabiar con los d'lite. Me interrumpen varias veces, los niños aplaudiendo, las mujeres entonando cánticos saharauis. ¡Soy feliz!
    Las mujeres... Pobres mujeres.
    Entraron las últimas en la sala y se colocaron, de pie, en mi costado derecho. Mal sitio para que yo permitiera que hubiese espectadores.
    Invito a algunos peques de lo que hay en primera fila a que bajen al suelo e indico a las mujeres que se sienten ahí. Se miran y no me hacen caso. Omar, mi traductor en aquella gala, me explica que no pueden sentarse en primera fila, delante de los hombres. Algunos adolescentes,que han visto lo que sucede, les ceden los bancos de atrás. Ahora sí se acomodan y se preparan para disfrutar. Se lo pasan en grande.
    Hay una joven con síndrome de Down que, emocionada, se levanta de su asiento y se pone en primera fila, con los niños. Su hermana quiere retenerla; la madre se lo impide. Ese día dejan que se salte el papel que le corresponde como mujer, sino como niña: no vulnera la orden que les impide sentarse entre los hombres, sino que disfruta como la niña que lleva dentro, prisionera en el cuerpo de una mujer en tierras musulmanas.
    No pude acabar el número: las mujeres empezaron a cantar y cantar. Todo el mundo se puso en pie y comenzó el baile. Odio bailar, nunca bailo. Pero esa noche lo hice; no muy cómodo, lo reconozco, pero sí asumiendo que era una parte importante en su manera de agradecer el rato que habíamos compartido. Y bailé y bailé: como un pato, pero bailé hasta sudar y sudar.
    Me lo pasé bien, muy bien. La magia estaba en el ambiente.
    A Ojos tendría que haber vuelto cinco días más tarde. Un cambio en los planes de la expedición me impidió despedirme mejor de aquella gente. Quizás fuese bueno: se quedaron con el recuerdo de una gala que, para mí, es de las más bonitas que he hecho a lo largo de mi caminar mágico.

    Zagora: magia a 54ºC.
    Las furgonetas están a la sombra. Tres de ellas tienen termómetro de ambiente. Dos marcan 54ºC, la tercera, 56. Lo dejaremos en 54.
    A 54ºC el aire entra caliente en tus pulmones y te sientes pesado. Mi cuerpo, propenso a sudar, no lo hace. Supongo que es un mecanismo de defensa que ayuda a no deshidratarse.
    El cuerpo está "distinto", no sé si más hinchado o al revés. De verdad que no lo sé...
    Nunca me ha costado menos hacer un clásico con monedas: se sujetan solas.
    Las cartas las descarto. Estreno una Fournier nº 20 y en menos de dos minutos tengo problemas para trabajar con ella: ni las cintas salen bien.
    Estoy dentro de una casa, tratando de adivinar qué hacer esa tarde.
    La familia de conejos de espuma ha alcanzado proporciones minúsculas. Los conejos de 18 cms. (de oreja a pies), miden algo menos de 13. Los mojo y recuperan su tamaño. En menos de siete minutos vuelven a ser diminutos.
    A la puerta de la casa en la que nos alojamos se empiezan a concentrar los peques. Las ciudades tienen un sistema de comunicación inmediato, sin necesidad de móviles. Hamza (mi niño intérprete) ha corrido la voz de que va a haber magia, con lo que siguen llegando más.
    Descarto material, decido los juegos a presentar y empiezo: cuerdas, esponjas, pañuelos, monedas (muchas monedas)...
    ¡La alegría! ¡Qué caras! La mayoría de ellos jamás ha visto un mago antes, y se escuchan lo que supongo que son interjecciones de asombro.
    A 80 ó 90 metros se celebra una boda. Suena, de fondo, la música bereber. Algunos de los invitados (los más menudos) se acercan. Un adulto me ofrece un Hawai (un refresco de frutas) Está a temperatura ambiente: lo noto caliente al entrar en mi boca y me resulta desagradable.
    Cuando corto y recompongo los cordones de los zapatos, un niño me tiende un trozo de alambre: quiere que haga lo mismo y yo paso al siguiente juego, de manera algo precipitada, para no aceptar su reto: nunca he recompuesto un trozo de alambre aunque, desde entonces, ando dándole vueltas a cómo hacerlo.
    Empieza a oscurecer. Los d'lite, como remate, vuelven a arrasar. Meto un trocito de estrella en el cuerpo de cada niño. Muchos me piden que se la saque: no quieren irse a casa don "eso" dentro de ellos.
    Para dispersar el corro, después de algo más de media hora, entro en la casa. Me tomo un té muy caliente y me sienta de fábula: no siento un calor tan oprimente.
    Cuando salgo de la casa me están esperando tres mozuelos (les calculo unos 12 ó 13 años). Tienen un regalo para mí: un alacrán negro, de tamaño mediano, que terminan de matar. Se los cambian a los turistas por algunas monedas, a mí me lo regalan. Es uno de los regalos más raros que me han hecho en mi vida, pero lo miro con cariño. En dos días que pasamos en Zagora aprendí a convivir con esos arácnidos: descarados, hasta se metían en nuestra casa.
    Por la noche, las paredes y el suelo de la casa donde dormimos, queman. No pego ojo. Al día siguiente, por la mañana, queremos visitar un oasis. Me hace mucha ilusión.

    Magia en el "oasis"
    ¡Qué estafa! El guía que hemos contratado para que nos lleve al oasis nos conduce a un trocito de río pestilente, al lado de un colector de desagüe, donde tres palmeras deben darnos cobijo a más de cuarenta personas. En una zona de palmeral impresionante, estamos en el lugar más cutre que he visto en esas tierras. Se lo reprochamos: nos cuenta que ha habido inundaciones y que los lugares buenos han sido arrasados por el agua. Tengo mis dudas.
    Agobiados por el calor, algunos deciden bañarse. Yo me abstengo: no me parecen aguas salubres.
    Me hago con un trocito de sombra. A mi lado, Joaquín, un adolescente de los que forman parte de la expedición. Nunca le ha interesado la magia. Su aspecto es gótico, aunque, con buen criterio, estos días no viste de negro.
    Quizás por el aburrimiento me pide que le haga "un truco". Las furgonetas están a más de ochocientos metros y, bajo un sol de injusticia, no me apetece ir a buscar nada. Tengo algunas monedas en el bolsillo. Le hago un par de viajes de , algunas transformaciones de euro a dirjan, varias desapariciones y apariciones imposibles... Y le veo emocionado.
    Me cuenta que la magia nunca le ha gustado, porque todo es mentira y que en su vida está harto de engaños. Le digo que estoy de acuerdo con él, pero que yo cambiaría la palabra "mentira" por "ilusión": cuando ya sabes que algo no es cierto, no puede ser mentira, porque tienes la certeza de que no es realidad. Lo bonito es disfrutarlo, no pensar si es posible o no, y dejarte llevar por lo que estás viendo. ¡Eso es la magia!: que te sorprendas, que lo vivas como lo estás viviendo.
    Me pregunta qué tiene que hacer para venir a clase de magia conmigo el próximo curso (imparto esa asignatura en la Escuela de Circo que tenemos en el Centro). He ganado un adepto. Después de más de un año de tener esa posibilidad, ha decidido aceptarla.
    Esa misma tarde Joaquín se compra una baraja y me pide que le enseñe algunos juegos. En la furgoneta, mientras los demás siestean, le hablo, por primera vez, de los juegos automáticos. Tiene quince años y no consigue creer que le sale un juego de magia. A sus quince años entendió lo que es la magia mejor que muchos adultos, y disfrutó tanto como los más niños.
    La mierda de oasis a la que nos llevaron, en verdad escondía un trocito de magia, y Joaquín me ayudó a encontrarlo. ¡Qué bien!

    Las actuaciones que nunca hice y debía haber hecho (I).
    Dos espinitas tengo clavadas de este viaje. En dos ocasiones debía haber actuado y no lo hice. Por motivos distintos. No estuve a la altura, y es que las emociones, a veces mandan sobre el cerebro. El corazón puede ser más fuerte que la inteligencia.

    La primera, una noche "de miedo". Se la había prometido a los chavales que formaban nuestro proyecto.
    Había estado un par de meses preparando una gala en la que se mezclaran juegos de mentalismo, historias de terror psicológico, y algo de magia bizarra (poco, no soy en exceso partidario de ella).
    No la llevé a escena.
    Salvo en Ojos, donde contaba con los pupitres escolares, en ninguno de los sitios donde me alojó había meses ni sillas. La vida se hace en el suelo, sobre alfombras o esterillas tejidas por las mujeres. Buena parte de mi repertorio exigía algo tan simple como una mesa en la que poner las fotos para el test de vivos y muertos; una silla en la que se sentara el "voluntario" al que iba a sugestionar; una mesa para que reposaran las velas o los adornos necesarios; una silla para marcar las diferencias de alturas entre el "voluntario" y yo; una mesa para ordenar el espectáculo; una silla para...
    No, no me encontré ni la una ni la otra. Y me desmoralicé.
    Unamos a ello ciertos problemas que surgieron con el grupo y de los que no es misión de esta reseña hablar. Lo cierto es que, la actividad más deseada por nuestros muchachos, se quedó en el tintero. Tiempo habrá.
    ¡Una mesa y una silla!

    Las actuaciones que nunca hice y debía haber hecho (II).

    A veces cuesta escribir determinadas cosas.
    Viajábamos de Todra a la Garganta del Dades. Paramos a comer junto a un puesto de venta en la carretera. Una habitación escasa y unos tableros junto al arcén servían para que una familia vendiera (malvendiera) objetos de segunda mano: las joyas de la familia y los cuatro achiperres mal presentados que habían encontrado por aquí y por ahí.
    La familia era grande.
    Reparé en la mirada de dos niñas pequeñas y en la cara de una un poco mayor, ya preadolescente, que nos pidieron comida con ojos tristes. Se ocultaban detrás de la madre.
    Fui a la furgoneta a coger algo de material y, cuando quise acercarme a ellas, me encontré con un turista, un mal hombre, que negociaba con el padre mercadería a cambio de trocitos de pan. Unos pendientes, por un cachito de pan, de esos que tiramos a diario cuando nos sobra el currusco en la comida; un brazalete por un trocito mayor, de esos que nos sirven para acompañar la tapa en cualquier de nuestros bares. Y el pan iba directo a las niñas, que lo devoraban en cuestión de segundos.
    Se me cayó el alma a los pies. Nuestra cultura occidental mercadeaba con la necesidad, con la pobreza extrema. La falta de escrúpulos estaba delante de nosotros, disfrazada de visitante, turista indeseable, capaz de llevarse un montón de baratijas por algo menos de una barra de pan.
    Le reprochamos su actitud y nos contó que era la ley de la oferta y la demanda. Interrumpimos su transacción dando a la familia comida de verdad: varios panes, algunas latas, fruta... Y aquel desalmado nos miró con resentimiento.
    Me sentí mal, muy mal. Tanto como para guardar mis juguetes en los bolsillos y ser incapaz de dirigirme a las niñas para regalarles una sonrisa.
    Luego me arrepentí. Y mucho, pero los sentimientos son más fuertes que la razón, y en esas circunstancias no tuve valor para sonreír. Difícilmente podría hacerles disfrutar.
    Es, quizás, uno de los momentos más desagradables que recuerdo en todo el viaje. Es mirar cara a cara al hambre y encontrarse, reflejado en su espejo, el rostro de la sociedad injusta y estúpida que hemos creado. Es el monumento a mi impotencia y a la prepotencia de un mal nacido cuya ausencia de escrúpulos se enmascara en el lado más cruel del capitalismo.
    Me gustaría, de verdad, tener una magia tan poderosa como para poder luchar contra aquello... ¡Pero soy tan pequeño!
    ¡Qué pena!

    De vuelta a casa.

    Diez y siete días dan para mucho y para muy poco. Las emociones corren muy deprisa y los sentidos vuelan a velocidad e vértigo. Toda mi ropa viene impregnada con un olor especial. Lo llamo olor a Ojos.
    Parte del material mágico ha venido "tocado" por el calor y el polvo. Las barajas, inservibles; las monedas, pegajosas; las esponjas, desecadas. Y mi ánimo también ha venido tocado, en parte: no es lo mismo ver la pobreza en un documental de La Dos, que mirarle a la cara y comprobar que es más fuerte que tú.
    Estoy contento y con ánimo para repetir la aventura: en el Sáhara, en cualquier otro país, en alguno de los barrios de mi ciudad, donde la economía también da patadas a los padres de los peques, patadas que salpican a los niños.
    La magia puede tener otra cara, esa que he narrado poco a poco, con sus alegrías y sus desencantos.
    ¡Cuánto mejores magos seríamos si no le diéramos la espalda a aquello que sabemos, pero preferimos ignorar!
    Este viaje me pilló siendo un poco pardillo. Con todo lo que he aprendido ahora, el próximo saldrá mejor. No lo dudo.
    Y las crónicas, volveréis a leerlas en estas páginas, si os apetece. No lo dudéis.
    Muchas gracias a todos.
    Última edición por eidanyoson; 09/09/2010 a las 21:02 Razón: Merece la no iterrupción...
    Fernando Saldaña.
    Nuevo espectáculo: "El armario de Mario" http://loscuentosdelarmario.blogspot.com.es/

  2. #2
    Fecha de Ingreso
    09 sep, 09
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    Zona Valencia 9 km al norte
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    Predeterminado

    Jolin Fernado, que experiencia.
    Estaba leyendo y me ha dado rabia ver que no había mas, espero tus próximas anécdotas.

    A mi también me ha pasado alguna vez que después de hacer algún juego, no he recibido aplausos sino caras de asombro, y yo no he sabido como tomarme lo. No es el mismo caso ni mucho menos, pero me ha recordado a mi.

    un abrazo
    Última edición por MagDani; 08/08/2010 a las 13:43
    http://www.magdani.tk
    Presidente de Magofilia Grupo Artístico

  3. #3
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    21 mar, 10
    Ubicación
    Málaga
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    50
    Mensajes
    80

    Predeterminado

    Me parece maravillosa la experiencia y lo bien que la relatas, da gusto leerte. Espero que haya un nudo y un desenlace... ;-)
    Et in Arcadia ego.

  4. #4
    Fecha de Ingreso
    06 abr, 07
    Ubicación
    A Coruña
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    57
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    1,647

    Predeterminado

    Y que decir de la prosa... pareces el mismísimo Azorín.

    Gracias Fernando. Un abrazo.

  5. #5
    Fecha de Ingreso
    13 ene, 10
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    138

    Predeterminado

    Sigue contando pulgas...
    El aperitivo ha estado muy bien, pero seguro que reservas un plato fuerte...
    Ya decía yo que si no estabas por el foro, estarías haciendo de las tuyas.
    "¿Qué es la magia? Un frenesí.¿Qué es la magia? Una ilusión,una sombra, una ficción,y el mayor bien es pequeño:que toda la magia es sueño,y los magos, magos son".O sea pura magia.

  6. #6
    Fecha de Ingreso
    27 nov, 04
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    Camarma de Esteruelas, Madrid
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    Predeterminado

    ¡Más!

    No quise postear antes para no manchar mucho el hilo, pero quiero ¡más!. De hecho, como moderador, creo que cuando termines el relato, lo voy a limpiar de todos los post (como este) y dejarte el relato limpito. Y además con chincheta.

    No es por la manera de escribir, si no por lo que se desprende de cada palabra; de pura magia. De esa que llega al corazón y atraviesa el alma.

    Esa que a todos nos gustaría que nos ocurriera alguna vez y tu relatas aquí casi como algo continuo...

    ¡Más!

  7. #7
    Fecha de Ingreso
    25 mar, 08
    Ubicación
    Asturias
    Edad
    37
    Mensajes
    2,745

    Predeterminado

    joder, es un relato supertierno! Espero que Eidan cumpla su palabra, limpie el hilo y le ponga una chincheta enorme!!

    Muchas gracias Fernándo, es algo que sin duda merece la pena leer, y perder en ello la noción del tiempo
    La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se diga al revés.

  8. #8
    Fecha de Ingreso
    27 nov, 04
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    Camarma de Esteruelas, Madrid
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    Mensajes
    3,769

    Predeterminado

    ¡Y pienso hacerlo Colo! (aunque luego me quiteis los derechos de moderador, ¡me da igual!).

    Estoy esperando a que Fernando diga que a acabado. (Y si queire que haga algo así).

  9. #9
    Fecha de Ingreso
    16 may, 08
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    España
    Mensajes
    313

    Predeterminado

    Que suerte tienes Pulgas, ya me gustaria a mi pasar alguna anedocta parecida. Espero que sigas contandonos.

  10. #10
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    Cita Iniciado por joweme Ver Mensaje
    Que suerte tienes Pulgas, ya me gustaria a mi pasar alguna anedocta parecida. Espero que sigas contandonos.
    Eres valiente! Seguramente la experiencia a cualquiera le aporta un millón de cosas, pero a mi me parecen muy tristes algunas cosas que cuenta. Desde mi cobardía, preferiría ver los toros desde la barrera.

    Y no dudo que mirarle a los ojos a la pobreza y el hambre te enriquezca como persona, pero tiene que ser muy doloroso y seguramente te deja una sensación en el cuerpo de impotencia plena. Aunque conociendo a Fernando, creo que lo repetiría sin dudarlo.
    La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se diga al revés.

 

 
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