El humor en la magia infantil

[Iban]

Pulgas, y no es una broma, ¿por qué no recopilas toda tu sabiduría en un pequeño librito? Personalmente creo que sería una lectura muy agradable y, sobre todo, muy didáctica.

Que, ya, que sé que es un rollo eso de escribir, pero...

[Pulgas]

Gracias, majete, pero ¿no se me nota que no sé escribir?

[Iban]

Anda, vete al carajo. Tú lo que pasa es que te lo quieres quedar todo para ti, egoisssssssssta.

http://www.youtube.com/watch?v=bZ5a2JH_BVE

[Magnano]

pulgas eres una mala persona, con lo que estoy aprendiendo de tus comentarios... T.T
en fin, agradecerte todo lo que te esfuerzas con este hilo de magia infantil, es realmente bueno

[Pulgas]

Humor y participación activa del público
Uno de los aspectos al que más partido podemos sacar a la hora de diseñar nuestro espectáculo es el referente a la participación activa del público (son los propios espectadores los que, a través de sus comentarios y/o acciones crean las situaciones).
En este sentido tendremos que diferenciar dos posibles líneas de trabajo:
1.- La totalidad de la sala se implica en una acción.
2.- Una o varias personas son los protagonistas de un momento concreto en nuestro espectáculo.
En el primero de los supuestos, y por ilustrarlo con un ejemplo, tenemos el caso en que, para que funcione la magia, todos los presentes deben pronunciar determinadas palabras o hacer un gesto concreto. Es un recurso muy utilizado que, además de resultar divertido, nos permite descargar la tensión del auditorio, crear un paréntesis de pequeño alboroto a fin de que se retome el hilo con mayor atención (el deshago ayuda que se centren los más despistados o los que empiezan a sentirse cansados).
En el segundo de los supuestos convertimos en co-protagonistas del mago a las personas escogidas para un efecto o gag concreto.
Voy a dejar aparte lo referente a las situaciones de ridículo o menosprecio del espectador, pues creo que merece la pena que le dediquemos un capítulo exclusivo.

La participación de la totalidad de los espectadores.
Es un buen recurso de inicio del espectáculo en cuanto que, inconscientemente, sugiere en el espectador la sensación de agilidad, al tiempo que otorga a los niños la impresión de que son protagonistas en todo lo que sucede o va a suceder.
Manejar este recurso, bien como inicio, o bien como complemento al número, nos va a exigir tener claras algunas claves y dominar la situación.
Debemos, en primer lugar, plantearnos hasta qué punto queremos alborotar a los espectadores, y, en función de esa premisa, diseñar el gag.
Pongamos un ejemplo, que siempre se fijan mejor los conceptos a través de la práctica.
El mago con la excusa que sea pide a los espectadores que levanten la mano derecha y no la bajen, a continuación les ruega que levanten la izquierda. Hace lo mismo con el pie derecho y, sin bajarlo, que alcen el izquierdo.
Tenemos a todos los niños en una postura de equilibrio inestable. Lo normal es que pierdan el equilibrio (o lo fuercen voluntariamente) cayendo unos encima de otros. El alboroto, pues, está garantizado.
Ahora tenemos que retomar el control de la sesión, luego tendremos que haber pensado muy bien qué es lo que vamos a hacer. Lógicamente tiene que tener la fuerza suficiente como para que al peque le apetezca dejar de divertirse de esta manera para engancharse a lo que viene a continuación.
En estos casos tendremos que armarnos de paciencia. Es vital no correr, dar tiempo a que se haga la calma antes de continuar (de lo contrario se perderán una parte importante del espectáculo y desconectarán de lo que estamos haciendo, con lo que el resultado será negativo y opuesto a nuestro propósito). Una vez tranquilizada la sal, proseguiremos.
Más sencillo es el caso de la necesidad de que todos los niños pronuncien las palabras mágicas. El alboroto es menor, entre otras cosas porque ya están esperando el desenlace de un juego que, sin su participación, será un fracaso.
Personalmente tiendo a reforzar esta situación con anterioridad. Intento hacer el juego y fracaso. Por eso solicito la colaboración de los espectadores, porque sin su ayuda no funciona mi magia. Soy mago, sí, pero estoy algo limitado en cuanto a mis posibilidades. La gracia y el asombro nacen, precisamente, en mi incapacidad para operar sin su colaboración, con lo que la historia es más divertida.

Deberemos seguir ahondando en estos conceptos, pero como me aterra hacer una exposición más amplia (luego la gente se asusta y no la lee), interrumpimos aquí la literatura.

[Iban]

Espero que sigas con estas mini-lecciones, Pulgas. Son verdaderamente interesantes. Me estoy pensando dejarte seguir hasta que acabes, luego recopilarlas y publicarlas bajo el nombre de Mago Valentino.

Esto que acabas de contar me hace recordar las sesiones de música clásica para niños, no sé porqué, pero me ha venido a la memoria un salon de actos, y los niños interactuando con la orquesta y montando pequeños alborotos y pasándoselo bomba.

Sigue, plizzz...

[Pulgas]

Humor y participación activa del público: los voluntarios
Sin lugar a dudas uno de los recursos más utilizados para destapar sonrisas, risas o carcajadas en la magia infantil es la colaboración directa del público junto al mago, es decir, los ayudantes, voluntarios, o como cada uno quiera llamarlos.
Antes de desarrollar el tema en sí, quizás sea bueno hablar de algunas de las consideraciones generales a la hora de escoger a los peques que han de compartir con nosotros la escena.
Hasta ahora he visto dos líneas de trabajo:
Los magos a los que les gusta generar cierto alboroto entre el público antes de escoger a alguien concreto (suelen preguntar quién quiere ayudar).
Los magos que prefieren sujetar a la audiencia y ser ellos, y sólo ellos, quienes deciden quién va a acompañarle.
Ambos procedimientos son igual de válidos, aunque, personalmente, prefiero que quede claro que la decisión es mía, y, por consiguiente, huyo del totum revolutum de manos alzadas y gritos de “yo, yo, yo…” Pero, insisto, va en gustos.
Lo que sí es cierto es que debemos escoger con cierto tino, pues, en parte, el éxito del desarrollo del juego dependerá de nuestra elección.
Yo tiendo a no sacar nunca a dos tipos de personas: el tímido e introvertido que sé que lo va a pasar mal (pues no le hago ningún favor haciéndole sufrir, ni me va a ofrecer las posibilidades de juego que busco), y el peque que se manifiesta con excesivo protagonismo, el alborotador, pues tratará de acaparar la atención de la gente sin llegar a medir hasta dónde debe llegar. Es decir, busco niños o niñas que se lo estén pasando muy bien, que sean alegres y hayan manifestado interés en lo que está ocurriendo en la sala, al tiempo que se les ve predispuestos a participar.
Una vez decidido quién me va a ayudar, esmero mucho las formas. Siempre utilizo la fórmula de “por favor” para recabar su colaboración y siempre le doy las gracias (en función del espectáculo pido o no un aplauso para él al salir. Aveces no lo hago pues resultaría pesado para el público).
Otra base fundamental, ya que de humor hablamos, es dejarle muy claro qué es lo que debe hacer y qué se espera de él (no es leerle la cartilla, sino darle indicaciones claras y muy, muy presisas), sobre todo cuando las reacciones están encadenadas de manera imprevisible para el ayudante (el gag de las tijeras cierran – no cierran, por citar un ejemplo).
Por supuesto, aunque de eso hablaremos en un capítulo expreso, nunca, NUNCA, ridiculizaré al pequeño. Una función de magia debe estar concebida para que nos lo pasemos bien todos, no para que muchos se diviertan a costa de uno.
En la espontaneidad del ayudante tendré una de las claves del éxito, si bien esa chispa debo saber potenciarla yo. Es muy triste encontrar un actuante que, tras haber pedido colaboración, no es capaz de sacar partido al niño o la niña que se ha prestado a subir al escenario.
De nada me sirve decir que el niño no colabora como yo quiero. Él no tiene ninguna obligación de sacarme a mí las castañas del fuego, soy yo quien debe mandar en la sesión, mantener un ritmo adecuado, y conseguir la risa con la mediación de mi ayudante.

Creo que hasta aquí, que si no se hace pesado. En otro momento, más.

[Magnano]

respondiendo a esto, todo me parece logico, pero yo creo que al niño alvorotador hay que sacarlo, aunque sea un momento y demostrarle sutilmente y sin que nadie se moleste que esta alli para ver magia y que el que manda es el mago, porque por norma general este tipo de niños siempre salen a flote quieras o no aunque no los saques

[Pulgas]

Tienes toda la razón delmundo. Hay una tesis muy extendida que indica que si a un niño revoltoso le das algo de protagonismo en tu espectáculo te lo has ganado y te dejará más tranquilo. No lo dudo, y estoy convencido de que funciona. Sin embargo no lo hago. Nunca (bueno, casi nunca) por varias razones.
Primero porque estoy premiando la conducata del prepotente (lo es voluntaria o involuntariamente). A mí no me compete educar a un niño, eso le corresponde a otros; pero como artista sí estoy obligado a educar al espectador. Si dejo que el impertinente de turno (aunque sea de buena fe, por exceso de entrega) se vea recompensado, no le hago ningún favor a los próximos que actúen para él: le estaré acostumbrando a que determinadas actitudes (que no me gustan) tienen premio.
Segundo, porque creo un agravio comparativo. Hay un montón de chavales muy educados a los que le apetece tanto como a él participar de forma activa y, sin embargo, yo escojo "al peor". Ya han aprendido la lección, ya saben lo que tienen que hacer la próxima vez si quieren subir al escenario.
Y tercero, creo que la más importante: porque si desde mi puesto de mago no sé controlar a los críos ¿para qué demonios me subo a un escenario? Yo puedo motivarle para que modifique su actitud y eso tengo que saber hacerlo tan bien como la magia. De lo contrario estoy fallando como artista. A lo mejor soy el mago más fabuloso del mundo, pero soy un mal artista.

Ni que decir tiene que si logro reconducir la actitud el crío puedo invitarle a ayudarme, pero entonces ya no estoy sacando al alborotador, sino a un niño encantador, como el resto, que se lo ha ganado a fuerza de saber estar.

Esta es mi opinión. Ahora, para gustos, los colores (que se dice por ahí).

[Iban]

Cada día tengo más ganas de verte en Barakaldo...