El primer libro de magia con el que empecé a estudiar fue "La Hechicería Antigua y Moderna Explicada", de Ponsin, traducido al castellano en 1881. Recuerdo que aquello fue un infierno porque, sin tener ni idea de cartas, también entraba a bocajarro, en el primer capítulo, con el salto. Si a eso le sumamos cómo se explicaba todo hace doscientos años, aquello era un galimatías.
Más o menos, el orden de las ténicas del libro era: SLT, ENF, MZ FLS, EMP, FZ, (y seguía)... y todo eso en menos de 10 páginas. Y yo, que no sabía ni barajar...
Así que lo de Ciuró debía de ser la tónica general de la magia pre-vernon.
Y volviendo a Ciuró: en uno de sus libros (el Prestidigitación) creo que hay más material para mentalistas que en todos los Corindas del mundo (vale, exagerar es una cosa muy vasca, permitidme la licencia). A lo que iba: siempre relacionamos a Ciuró con la magia de las pequeñas cosas: con los azucarillos, con los palillos, con sus juegos de manos. Y sin embargo, en este libro dedica unas 100 páginas al mentalismo. Qué 100 páginas...
Ahí aprendí algo que (lo sé, los mentalistas lo concerán de sobra) me dejó flipado por lo sencillo y útil. El cumberlandismo.
No sé si puedo explicar aquí, en abierto, en qué consiste sin que se me enfaden los mentalistas; pero básicamente se trata de aprovecharse de los movimientos involuntarios del sujeto del juego. Toda persona, al pensar en algo, involuntariamente lo intenta tambien reflejar con movimientos, a veces, imperceptibles. Si se conocen estos movimientos, sabremos en qué está pensando el espectador.
Un ejemplo que pone Ciuró: preguntadle a alguien si sabe lo que es una escalera de caracol: el 90% de la gente, antes de empezar a hablar, hará un movimiento en espiral ascendente con un dedo. Probadlo y veréis que es cierto: hay ciertos movimientos que, si no estamos prevenidos, nos surgen inconscientemente. Saber reconocerlos es un arma potentísima para el mentalista.